viernes, 6 de agosto de 2010

Noche de perros



Nunca fue de mi agrado, ni aun cuando la trajeron de cachorra a la casa y lamió mi mano con singular simpatía. Para mí; era solo una bolsa de caca y una fuente de pipi. Mi hermana prometió cuidar de ella, ponerle sus vacunas y sacarla a hacer sus necesidades, y lo hizo… ¡el primer día! Después se caso y la muy méndiga nos la enjareto a mí y a mi madre, que dizque porque  su casa estaba más chica, siendo que su casa tenía un patio grande y la de nosotros no.
Tenía la costumbre de zurrarse afuera de mi cuarto. No pocas veces cuando salía apurado de mi cuarto por la mañana a zurrar a mi vez, pisaba alguna de las gracias de la linda perra “Kitcha”.

Era una mezcla extraña entre schnauzer y Maltes, de esos perros que tienen el copete sobre los ojos y bigotes de villano reventón. Nada que ver con mi antiguo cachorro de raza pura “el John Terry” ese cabrón si era un perro en toda la extensión de la palabra. Si le lanzaba la pelota de tenis iba en seguida y me la devolvía en la mano. Si lo llevaba a correr conmigo me seguía a mi paso y sin despegarse de mi lado, solo si veía alguna perrita en celo se apartaba un momento pero siempre regresaba… como su amo. Una vez lo vi enfrentarse con un Dobermann y partirle la nariz en dos, mi perro era cabrón; como su amo…. y era tan inteligente, como su amo...  que con más paciencia quizás hubiera podido dividir y sacar la raiz cuadrada de pi, como su amo... En cambio Kitcha era más zonza que un asno. Si le aventaba la pelota corría tras ella pero nunca me la regresaba, la escondía. Si la llevaba a correr, se desaparecía en segundos y al rato tenía que andarla buscando en el carro. Era culera para las mordidas y diario se la chingaban, aparte era traicionera y mordió a uno que otro niño, lo que nunca pasó con Terry Boy que hasta los cuidaba.

La gota que derramó el vaso fue un día que por fín tenía una cita de trabajo. Por lo general ojeaba la sección de empleos por rutina, por decirme a mí mismo que no era tan huevón,  nunca encontraba nada bueno, los únicos trabajos bien pagados era cosas como: ingeniero en sistemas ALPHA con especialidad en robótica cuántica, necesario inglés 100 %  y chino mandarín.  etc. etc. Y ese día afortunado encontré el trabajo perfecto para mí; Hombre, 30 a 35 años, gusto por las viejas. Agencia de modelos solicita padrote que las administre, 30 por ciento de las comisiones netas, encargado de probar a las nuevas reclutas, de lunes a viernes de 3:00 a 12:00 de la noche. Primas vacacionales y seguro de retiro.
Saque mi traje de lana y de solapas anchas, bolee mis zapatos italianos y acomode mi camisa purpura en la cama. Un buen baño y una afeitada y por fin le sería útil a la suciedad.

Al salir del baño, y con el tiempo encima, me di cuenta de la tragedia; Kitcha no solo había orinado mi elegante y ¡único! traje sino que además se había tragado la mitad de mi camisa y se había zurrado en mi zapato izquierdo italiano del numero 7 . La busque y la puta perra no aparecía, no estaba en la cobija donde se echaba, ni en la cocina tragándose las sobras. Por su culpa mi carrera se truncaría, seguiría siendo un parásito para la sociedad. Al final con lágrimas de rabia en los ojos y cansado de llamarla, vi la puerta del closet entre abierta. Ahí estaba, muy campante echada panza arriba, mordiendo unas sandalias de playa y como si nada hubiera pasado. La agarre de las orejas, la perra supo de inmediato que ahora si iba en serio.

La subí al carro, tome la carretera y maneje por unos 30 minutos, la perra veía por la ventana un panorama nunca imaginado (pues creo que nunca la habíamos sacado  del barrio). Me desvié en una brecha y maneje otros 10 minutos hasta llegar a las vías del tren. Cuando abrí la puerta kitcha corrió emocionada, seguramente en su pequeño cerebro de animal creería que esto era un día de campo. Cuando estuvo a unos 50 metros encendí de nuevo el carro y di marcha atrás, la perra oyó el motor y dejo de morder una llanta vieja al lado de las vías y se regreso en chinga. Yo tome la brecha veloz, dispuesto a perderla para siempre. Ella a máxima velocidad me seguía y ladraba como queriendo decir; ¡Espérame, no seas cabrón! Pero yo estaba decidido, no mas perros en la casa. Cuando mi hermana preguntara por ella le diría que se puso en celo y que se me escapo, que un San Bernardo la hizo suya y que la tuve que correr porque estaba embarazada y somos una familia decente...

Llegue a la carretera, Kitcha con la lengua de fuera corría como galgo. Al verla en el retrovisor sentí un poco de lástima pero, ¡la había cagado! literalmente. Tomé la avenida de 5 carriles y acelere, Kitcha me siguió un tramo por el acotamiento y después la perdí.

Lleve mi único tarje a la tintorería y tire mis zapatos. La casa por fin estaba en silencio y no me tenía que despertar "temprano" al medio día cuando pasará el cartero y Kitcha ladrara como loca. Aunque a veces sus ladridos servían para alértame y saber cuando venían los del banco a cobrar. Una vez hasta le abrí la puerta y correteó a una vieja licenciada y le mordió una nalga, jaja ya nunca más volvió a chingar.

La limpieza ahora se podría hacer semanalmente, en vez de diario ya no me avergonzaría cuando tuviera alguna invitada, ni pondría sus sucias patas en mi pantalón blanco de lino cuando llegara a recibirme, gustosa.

Termine de comer mi molde de olla y tome el hueso automáticamente dispuesto a aventarlo, para que Kitcha lo cachara y lo royera, pero me acordé y lo tire al cesto. A veces también tenía la función de acabar con cualquier cosa que uno le pusiera en su plato y se engullía lo mismo, sopa de acelgas que caldo de Abas o tortitas de chinchayote que tanto le gustaba hacer a mi madre y que tanto yo detestaba.

Llego la fría noche y la soledad recrudeció en la casa, tenía ya un tiempo que vivía solo pero nunca había sentido tanto la ausencia, a veces le hablaba a Kitcha aunque ella no respondía. Solo se me quedaba viendo con sus ojillos rasgados, pero parecía que entendía. Que entendía lo que era no tener a nadie más. Cuando en la mañana le abría la puerta del patio brincaba y brincaba y movía la cola con alegría. Me ladraba dichosa, esa perra si era agradecida no como otras... Y cuando jugábamos, cuando le jalaba el pelo y me tiraba suaves mordidas, me hacía olvidar las mordidas de la vida y con su saliva curaba por instantes las heridas del alma. ¿Dónde andaría? Ojalá e hiciera su vida en lo salvaje, que encontrara un perrito de la calle,  vivido y que le enseñara el mundo. Qué tuviera sus perritos ¿se parecerían a ella?   Ojalá y no la hayan atropellado, era muy pendeja para cruzar la calle. Ojalá y alguien la haya visto y la haya adoptado, algún pequeñito que juegue con ella y que la bañe de vez en cuando.

Carlos se sentó en el batiente de la puerta  a mirar la noche, mientras se acacaba su cerveza. Oyó unos ladridos que se acercaban y sonrió, un perrito de pelea llego y hurgo en su bote basura, lo miró con su chata cara y siguió su camino. Carlos cabizbajo se quedo en el marco de su puerta con la pelota de tenis en su mano derecha.

No hay comentarios: