martes, 10 de agosto de 2010

La playa


Fue en una tarde lluviosa en el centro de la ciudad. El tráfico iba lento y el carro del padre de María estaba empañado casi por completo, en el asiento trasero María con una franela, limpiaba el parabrisas trasero que se empañaba a cada rato. La avenida 16 de septiembre era un estacionamiento desde hacía más de 15 minutos y es que un par de camionetas más adelante no sobrevivieron al diluvio y estaban completamente ahogadas. Martín iba de la mano de su madre, siempre lo llevaba a comprarse su regalo de cumpleaños a las tiendas del centro, evitando así, fallar con la sorpresa y obsequiar juguetes que ya no le gustaban o que enseguida catafixiaba por pelotas o cartitas de luchadores.

Fue solo un instante, fue tan sutil que nadie más lo noto. Mientras Martín de 7 años se abría paso entre los carros y brincaba los charcos jalado del brazo por su madre algo jalo con su mirada y la fue a depositar en los ojos de María de 5 años. Como todas las cosas importantes de la vida, en ese momento ninguno se enteró de la trascendencia de aquel acontecimiento, pero algo en ellos floreció y les dejo una sutíl melancolía grabada en el rostro, una melancolía casi imperceptible pero sus ojos cambiaron en ese instante, la inocencia se había perdido por siempre.
Aquella noche María tuvo una pesadilla muy vívida, caminaba por la playa siguiendo unas huellas, no sabía porque pero las seguía, las huellas terminaban en el fondo del mar y de repente se daba cuenta que no podía respirar, alguien llegaba a auxiliarla y le enseñaba a nadar.

Martín a su vez soñó que tenía en sus manos la canica más hermosa que hubiera podido existir, con colores bellamente integrados y con un brillo especial, aquella canica se le caía de las manos e iba a dar a un agujero en la arena, por el cual se asomaba y en el cual vería aquel par de pupilas que nunca dejaría de ver en sueños.

María vivía en la parte oriente de la ciudad, Martín en el poniente. No era extraño entonces que a Martín le conmoviera el alba y a María los crepúsculos. Y no era tampoco extraño que nunca se encontraran, ni en la escuela, ni en la iglesia, ni en algún parque o en alguna fiesta, sin embargo desde aquel día nunca dejaron de soñarse.

En la infancia jugaban fraternalmente siempre a orillas de la playa, sus noches se hacían más divertidas que la vigilia y cuando compartían con sus compañeros de la escuela o con sus primos, se aburrían un poco y no sabían porqué pues, raramente, recordaban más que atisbos o sensaciones de sus recreaciones nocturnas. A veces en brazos de Morfeo se subían a un tobogán que llegaba hasta el cielo y se dejaban caer tomados de la mano.

Cuando entraron en la adolescencia sus juegos nocturnos cambiaron un poco, ya no les apasionaban tanto las similitudes, como sus crecientes diferencias, empezaron un cortejo inocente con largos paseos descalzos sobre la arena y a veces ligeros baños donde reventaban las olas. Para Martín ninguna niña de la escuela poseía ese encanto en sus ojos, y no tuvo novia hasta la prepa. María por su parte, no fantaseaba con los cantantes de grupos juveniles, sino que escribía poesías para su príncipe de ensueño. Fue cuando el tenía 17 y ella 15 que casi se encontraron en la vigilia. Aquella tarde Martín fue con su equipo de fútbol a jugar en un campo de fútbol que quedaba frente a la casa de María. María detestaba los deportes, sin embargo ese día desde su azotea miró casi completo el partido entre el equipo de la unidad y el del colegio de ricachones que ganaron los miserables ostentosamente 5 a 1. Martín a su vez se sentía inspirado, metió 2 goles algo muy raro tomando en cuenta que Martín jugaba de portero.

Entonces llegó la juventud, los sueños fueron subiendo de tono, a veces ya se metían a nadar en lo profundo y a la luz de la luna se abrazaban mojados por aquella corriente que los envolvía y que les llenaba el alma.

María por fin tuvo novio, Martín iba por su cuarta novia, sin embargo no dejaban de visitarse y aquel candor pronto se convirtió en angustia ,pues sus sueños ensombrecían las cualidades de cualquier persona que conocieran, salían con gente pero nunca resultaba, María hasta pensó en hacerse monja y Martín se volvió un mujeriego siempre buscando a la mujer ideal.

Llego la madurez y un golpe muy grande para María, había rechazado a su último pretendiente, había decidido cuidar de sus padres y vestir santos, aunque pretendientes nunca le faltaron pues era realmente bella. Martín decidió no comprometerse, disfrutar la vida, tenía dinero y le gustaban las aventuras… y las aventureras. Nunca quedaba satisfecho, a toda mujer por más bella que fuera le encontraba un defecto… ninguna era como la chica de la playa.

Así paso el tiempo y algunas arrugas llegaron, los sueños se fueron haciendo más realistas y ahora en vez de comerse a besos, se la pasaban conversando, caminaban y descubrían aquél mar onírico con peces de extrañas y armónicas formas.

Martín a recomendación de su madre fue con un psicoanalista que desde luego le quito una fortuna solo para saber que estaba enamorado de su Madre, que odiaba a su padre y que en el fondo seguramente era homosexual y había que aceptarse- le dijo aquel energúmeno de cabellos largos y lentes de fondo de botella con un poster de Freud de un lado y del peje en el otro. A María una comadre le leyó las cartas, le dijo que tendría fortuna, que los arcanos trazaban felicidad hacia el final de su vida. Y eso le sirvió de apoyo después, pues el cáncer le toco a su puerta. Su matriz triste por la soledad quizás, empezó el proceso de descomposición y María de 65 fue decayendo cada vez más visiblemente. Martín viajaba por el mundo, tratando de dejar olvidada en algún lugar lejano quizás esa soledad. No encontraba en aquellas tierras más que melancolía y tristeza, Martín soltero y sin nadie a quién heredarle su fortuna se dedico los últimos años de su vida a despilfarrar su dinero, no en un acto de gula y de gozo sino como un acto de caridad hacia cualquiera que se le cruzara en el camino, se embriagaba todas las noches, con amigos desconocidos y pronto quedo en la ruina. María ya no pudo levantarse un día y fue trasladada a una cama del centro médico, ya poco podía hablar y poca era la gente que la visitaba. Martín en la calle con una botella de alcohol del 96 se suicidaba lentamente sin encontrarle un sentido al mundo. Alguna alma caritativa lo auxilio cuando lo vio vomitar sangre y lo llevo al hospital, lo pusieron en una camilla y lo llevaron a la sala de enfermos terminales.

Esa noche como todas las de su vida, soñó de nuevo a María, ambos contemplaban un tempestuoso mar, desde la orilla y sabían que tendrían que cruzarlo, esa noche sus rostros se hicieron tan claros que ambos por fin pudieron guardarlos en la dolorosa vigilia. Despertaron al mismo tiempo, María con mucho dolor se incorporó para respirar mejor, Martín volteo su cabeza a la cama contigua y ahí observo aquellos ojos que había buscado en toda su vida, no supo si de verdad eran reales o eran parte de aquel delirio por el abuso del alcohol. María por fin pudo sentir lo que en sueños y se lamentó de que hubiera sido tan tarde. Todavía faltaba algunas horas para que amaneciera, Martín se quito los sueros y el oxigeno y fue hacia la cama de maría que le hizo un espacio, le acaricio la frente y le paso un brazo por la nuca, el cansancio los venció a ambos y pronto estuvieron al pie de esa barca tan soñada, su felicidad era inmensa, María iba rejuveneciendo al igual que Martín, la tempestad iba mermando e iba saliendo el sol, Martín tomo los remos y se alejaron de esta fugáz vigilia.

2 comentarios:

nani dijo...

jajajaajajaajajaja si pusiste mi dibujo ¿aver si me vuelvo famos? jajajaja no lo creo

Ana dijo...

Simplemente me encanto.! Estoy conmovida y la forma de escritura tan detallada te hace imaginar por completo cada paso...