martes, 10 de agosto de 2010

Fútbol



Lo primero que hice después de saber caminar, fue saber patear un balón. Al patearlo, la familia me ovacionaba.- Míralo; ¡este si va a ser profesional!, ahora con la izquierda Carlitos- decía alguno de mis 6 tíos, fanáticos todos del fútbol. A los 3 años fui casi obligado a chutarme todo el mundial de España 82, mi madre trabajaba en ese entonces y me dejaban en la casa de mi abuela donde vivían mis 6 tíos. Los sábados me llevaban a la liga donde jugaba… Mis 6 tíos, al igual que mi papá. Era el único momento familiar que había pues entre semana cada quién andaba por su lado pero al llegar el sábado, mi abuela preparaba una sobredosis de pepinos con jícama, mi abuelo calentaba su vieja vagoneta y a mí me ponían uno de los muchos uniformes que mis ¡6 tíos! me había comprado. Desde atrás del alambrado disfrutaba los encuentros, a veces ¡hasta me dejaban sentarme en la banca!, siempre y cuando el partido no estuviera bravo. Al cumplir 4 años me inscribieron en el kínder, aún embarrado de plastilina o resistol y enamorado de mi maestra, yo solo esperaba la hora del recreo para jugar… fútbol, nada era más importante que el fútbol. Por aquellos tiempos descubrí algo casí igual de importante: El club deportivo Guadalajara A.C. Fue una mañana de domingo cuando mi padre a las afueras del monumental monstruo de concreto mejor llamado estadio Jalisco,  me compró una playera de rayas rojas, en ese momento no entendí bien porqué pero deje de estar solo, deje de ser Carlitos Legaspi do nacimiento (como me decía mi tío Adal) segundo y comencé a ser parte de la afición más grande del mundo (según decían), la gente me saludaba, los otros niños me sonreían y los ancianos me sobaban los cabellos. Cada uno a su vez, me contaba la grandeza de aquel equipo, ¡Puros Mexicanos! 8 campeonatos casi al hilo.

La primera vez que entre al Jalisco, sentí miedo, ¿Cómo le hacían para sostener el peso de tanta gente? Y sentí pánico cuando los 11 jugadores atrás de un tipo con una bandera enorme, salían y provocaban el júbilo de los casi 62 000 aficionados que brincaban y llevaban al limite la resistencia del estadio. Era un ambiente distinto, los señores que se escapaban de ir a misa de 12:00 compartían la transmisión de radio y las cervezas con otros señores, las señoras que uniformaban a sus hijas y sobrinas como porristas y que repartían los lonches de frijoles, allá arriba los obreros y albañiles gastaban con gusto sus últimos centavos por ver, lo que era para muchos: su razón de vida.

Conocí la alegría un medio día, cuando en un instante poético, Benjamín Galindo poso el balón en el verde césped, dio dos pasos hacia atrás y calculando el viento, la temperatura  y la distancia (seguramente es ahora un excelente jugador de billar) y con los músculos exaltados de sus pies, acarició la pelota con su pierna diestra y la hacía flotar en una danza frenética hacías las redes de la portería resguardada por el mejor cancerbero: Brambila. Era como si el mismo Jesucristo bajara al mundo y se hiciera presente en los corazones de la gente; las penas y fracasos, salían de paseo por lo menos unos instantes y dejaban a la multitud en un estado de éxtasis milagroso. Con un gol en tiempo de compensación se podía cambiar el mundo…

Pronto mis héroes dejaron de ser superman, batman y el chapulín, y comenzaron a ser el Zully Ledesma, Demetrio Madero, Fernando Quirarte, Sergio Lugo, Pelón Gutiérrez, Wendy Mendizábal, Benjamín Galindo, Chepo de la Torre, Concho Rodríguez, Yayo de la torre, Omar Arellano. Sufrí cuando por la televisión mire la primer bronca contra El América. Era como si le estuvieran pegando a mi propia madre. En la segunda aprendí lo que era odiar y odié mucho tiempo a aquel que tuviera la cobardía de ponerse una camisa amarilla con dos Vs en el pecho.

Pronto tuve permiso de salir al barrio a jugar (en la banqueta) con los demás niños, y ahí solo se jugaba de lunes a domingo una cosa: Fútbol, así hice a mis amigos y fui miembro de mi primer equipo: el Nápoles 30, recuerdo la noche del viernes antes de nuestro primer partido, cuando como en una concentración profesional, mis tíos nos contaban historias de gloria conseguida por los equipos del barrio. Debutábamos en las canchas del colegio Anáhuac, contra el campeón del año pasado, el poderoso “Brasil de Obregón”. Ya en la cancha yo con 6 años miraba a todos muy hacia arriba, aunque la liga era infantil había jugadores de hasta 12 años. Iniciando movió "el ratón" me pasó la bola, yo el más pequeño de la flota burle a un sorprendido contrario que sonrió al ver que podía tener dominio del balón. Se la pase a Lalo mi primo y me desmarqué, él de derecha, me dio un pase que me dejó solo contra un portero que según recuerdo alcanzaba casi los 3 metros y que me tapaba toda la portería. Estaba fuera del área y le pegue como mi Tío Memo me había puesto a practicar largas horas en el patio de mi abuela; con todo el empeine para llegarla, pude levantar el pesado balón y la pelota paso encima del portero que se tendió y no pudo agarrarla, la pelota entro rodando a la línea de gol, así como rodaron las lagrimas en mis mejillas, quizás solo Maradona sintió lo mismo con aquel gol que metió en el 86 a Inglaterra. Mis amigos me abrazaron algún tío me aplaudió desde afuera, ese día me llene de gloría por primera vez en mi vida y aunque el partido lo perdimos 5 a 1 llegue a mi casa contento.

Lo que más disfrutaba era los partidos a mitad de la calle, pintábamos las líneas de área, y poníamos piedras como porterías, en ese tiempo era raro que pasara un carro, así que el partido se desarrollaba de forma fluida, a no ser que pasará un camión o que llegara el mamón de mi tío Santiago y nos quitara la pelota y tuviéramos que corretearlo por cerca de 10 minutos, montanearlo y patearlo entre 15 0 20 hasta que podíamos continuar con el partido.

Llego el tiempo de la primaria y pronto estuve en el equipo del colegio, recuerdo también el día en que visitamos al colegio Anáhuac Chapalita y unos minutos antes de que se acabara el partido, en un tiro de esquina con los dos equipos en el área, tratando de encontrar el balón yo lo vi rodando hacía mi, le pegue con fuerza y le di la victoria al Anáhuac revolución que casi nunca le ganaba al Chapalita.

A los 7 años hice el equivalente a mi primera comunión; mi padre me llevó religiosamente a cada partido que jugaron las chivas de local. Y vi desde la zona A como conseguían su novena estrella después de 17 años de no ser campeón. Al finalizar el encuentro mi padre bajo a los vestidores a hacer algunas entrevistas, y yo lejos de sentir miedo, sentí como una pasión muy grande en mi crecía.

Respingaba cuando algunos en el barrio querían jugar al beis u hacer desmadres a la otra cuadra y era feliz cuando mi Tío Adalberto me llevaba a ver su partidos cruzando la calle, ahí donde jugaban los grandes, donde a veces se armaban las campales.

Pronto tuve la oportunidad de tomar un curso en una cancha empastada, la misma donde cada sábado mis tíos (ya no mi papá) se rompían la madre. Con el bagaje de varios años no me fue difícil sobresalir. Uno de los días más tristes fue cuando a mi padre se le olvido poner el despertador y falte a un entrenamiento. Como amaba pegarle a la pelota, dar pases, controlar de pecho, oler aquel campo recién regado. Según me acuerdo, al finalizar el curso jugamos contra las fuerzas básicas del Guadalajara, imagínense; ir al club de mis amores y en una de esas, ver a uno de los titanes que cada semana seguía en la televisión ó por radio. Ese día el entrenador de las chivas me ofreció entrenar con ellos, mi vida iba para arriba. Sin embargo no había nadie que me llevara y tuve que esperar a que estuviera más grande y pudiera irme en camión. Recuerdo un episodio, jugábamos contra los niños que tenían un año más que nosotros, y yo que jugaba de medio, metí una barrida a un niño que enojado me empujo, mi padre desde afuera me dijo que a la próxima le diera más fuerte, yo desde luego no lo hice, me gustaba el fútbol por su plástica, por la emoción de meter un gol y nunca lo vi como una guerra ó para patear cabrones y sobre ponerse a ellos, no sé si mi padre se decepciono de mi, pero empezó a contarme como él y sus amigos no solo eran los mejores jugando al fútbol sino que al acabar se tundían de madrazos contra neardentales de colonias inhóspitas.



En quinto de primaria forme mi propio equipo, a mi padre sabrá dios porque le regalaron un ciento de playeras con una leyenda sobre la ecología y ese fue nuestro uniforme, con compañeros de la escuela y con amigos de mi nueva cuadra, metimos nuestro equipo en la unidad de las 4 canchas, una cancha de tierra 100 % y sin redes en los marcos, sin embargo ahí anote el mejor gol de mi vida, en un centro de un niño llamado Eloy que remate a lo Hugo Sánchez. Quedamos campeones el primer año.

Al ingresar a la secundaría, los partidos se llevaban a cabo al salir de la escuela, pues nadie quería estar sudado frente a las compañeras en desarrollo. Pronto se hizo una selección y ahí me cole, había compañeros que jugaban en clubes como el atlas, las chivas y el Jalisco y tuve la oportunidad de ser titular, recuerdo que jugué 2 o 3 partidos con ellos, pero las reglas habían cambiado, ya había mala intención en el juego y las campales estaban a la orden del día. Recuerdo uno en un campo de la tuzanía, uno de mis compañeros se empezó a dar de patadas con uno de los contrarios pronto todos se daban de patines voladores, menos yo, que no entendía muy bien la dinámica de las cosas, ese día di literalmente, un paso fuera de la cancha, no es que me diera mucho miedo que me pegaran pero de mi no salía el odio necesario para hacerle frente a nadie y decidí dejar que mi secundaria ganara sin mi el campeonato estatal de aquel año.

En la preparatoria retome ya que en la universidad privada a la que asistí tenían un excelente programa de deportes, pronto empecé a tomar condición y a disfrutar nuevamente del juego, jugaba en la selección de la prepa los sábados de medio por el centro, como siempre y entre semana teníamos nuestro equipo de fútbol rápido, sin embargo vino la crisis y se acabo la escuela privada.

En la preparatoria pública, deje de ser practicante, la cerveza y la música sustituyeron de momento al fútbol. Sin embargo no deje de ver los partidos por televisión e ir al estadio de vez en cuando. Todavía se reunían mis tíos y sacaban la televisión a la cochera, compraban cervezas y hacían carne asada para disfrutar de los partidos del Guadalajara o de la selección Mexicana.

Me toco ir a la minerva a celebrar el décimo campeonato de las chivas con los cuatro goles del Guzasno Nápoles. Así como el undécimo con el lagrimero tanto del bofo Bautista que dedico a su madre.

Solo volví a jugar en el equipo que dirigía (cigarro en mano a lo Lavolpe) mi tío Ramón (QEPD), y de lateral. Soportando las miradas y las críticas de quien pensaba que nunca había jugado, pero ya no tenía condición y mis piernas no me hacían caso como antes y solo veía a tipos que ni puta idea tenían del fútbol ser más veloces y más fuertes que yo.

La última vez que fui al estadio nadie me quiso acompañar, a mi padre ya no le gusta ir, (pareciera como que nunca le gustó) . Mi tío Adalberto prefiere verlo en la repetición por la tele. Mi tío Ramón seguramente lo mira en un palco privilegiado desde el cielo, Mi tío Memo prefiere mil veces una botella que un campeonato mundial de México y así todos.

Compré mi boleto dos horas antes y me metí a un bar frente al estadio, era el primer partido de la temporada frente al cruz azul, desde el interior vi como pasaron casi mil jovencitos con la playera de las chivas y haciendo señas obscenas a quien se cruzara en su camino, inclusive patearon con saña a un joven que para su mala fortuna traía su playera del cruz azul, estos eran los nuevos aficionados… No vi ya a la señora que seguramente hoy llevaría a su nietas a echarle porras a su chivas, ni a los ancianos que comían semillas y oían la trasmisión por el radio.

En medio de la tribuna mire aquel estadio que se me hacia infinito y no se me hizo ya tan grande, a unos 20 metros de mi, estaba “la barra” de chivas. brincando como chivas locas y cantando como si estuvieran en un concierto, rara vez volteaban a la cancha a ver el juego, miré como la gente se comportaba como idiotas, ¿así me vería yo? Hablaban todos comentando lo publicado por los periódicos deportivos y dándole una gran importancia a la lesión del venado. Insultando a los contrarios, saludando a las cámaras de televisión cuando los enfocaban.



El equipo salió de los vestidores y el estadio empezó a gritar ¡chivas, chivas! yo ya no pude.

Al minuto 35 Ramón Morales centro y bravo remato a las redes, la gente se paró a festejar ¿a festejar qué? Vi sus caras tan contentas, tan alegres tan dichosas y tuve envidia, salí por las escaleras y antes de ingresar al túnel mire por última vez la cancha. El fútbol había muerto para mí.

1 comentario:

La Agridulce dijo...

UPS... TIENE ALGO DE MELANCOLÍA, NADA MÁS TE FALTÓ HABLAR DE CUÁNTO TE DURABAN LOS ZAPATOS GOLPEADORES DE PELOTAS, QUE NO IMPORTABA LA MARCA FILA, PANAM O YA MUY FRESAS L.A. GEAR.
SALUDOS...
P.D. PUNTO DE VISTA A TRAVÉS DE LOS OJOS DE UNA MUJER JEJEJEJEJE...