martes, 11 de enero de 2011

siete por uno


Yo
Si no le hubiera permitido a la rutina engordar y tragarse mis emociones; si en vez de abrumarme con sus tres defectos, me hubiera deleitado en sus cien virtudes; si alguna vez, motivado por nada, le hubiera regalado una cursi rosa; si hubiera prolongado aquellos instantes mudos, cuando saciados, intuíamos la suma de un sólo ser;  si más a menudo, le hubiera dado besos iguales al primero… y al último; si en vez de enfadarme, me hubiera sentido orgulloso, cuando alguno de los cien millones de hijos de puta, la desvestían con los ojos y ella se apretaba aún más a mí; si hubiera aceptado quedarme otra noche escondido en su cuarto, tratando de no despertar a sus padres; si hubiéramos caminado más madrugadas, sin infectarlas con mis paranoicos pretextos; si los domingos, la hubiera mirado todo el día a ella, en vez de a 22 mediocres corriendo tras un balón. Si dios no fuera un viejo sabio que hace valer la ley; si el diablo hubiera aceptado el pacto; si al menos, le hubiera sabido mentir tan bien, como le mintieron… si tan sólo hubiera dicho a tiempo te amo.
Mirarás en tu reloj el atraso acostumbrado. Caminarás del sauce a su puerta, con pasos que más tarde, tratarás de evocar en la vigilia. La verás abrir, con su belleza algo opacada por la espera. No repararás en su fragancia,  pero será la misma esencia que te hundirá, una tarde, en la última estación del tren. La contemplarás caminado delante de ti, sin imaginar que pronto ya no podrás alcanzarla. La calle entonces, entonará una melodía triste, que no percibirás en el momento, pero que volverá para atormentarte en tus noches más negras.  Le abrirás la puerta del coche, por dentro. La rutina te nublará y no te darás cuenta, que ella se está yendo, que te está diciendo adiós. Llegarás a la vinatería en donde después, tratarás de asfixiar, este exilio infinito. La verás al pendiente de los carros, de los rostros fugaces, de la luna, pero no de ti. Le comprarás una cajetilla. Ella fumará tu conversación y la exhalará por la ventanilla. Tratarás de acelerar, para evitar a las chismosas que cuchichean afuera del motel. Sin imaginarte, que la auténtica vergüenza, se enraizará en ti luego. Pagarás como siempre la mitad. Cerrarás por dentro y sólo así descansarás del mundo exterior, de tu mundo interno. Tendrás tiempo entonces de deleitarte en su rostro, mismo que buscarás, en todas las mujeres que te encuentres a tu paso. Destaparás una cerveza y sin pensarlo, le servirás una pregunta que nunca debe ser pronunciada.  Ella será sincera, te partirá en dos. Resurgirá entonces, todo el amor que has reservado y llorarás frente a ella.  Añorarás aquella etapa donde todo tenía solución. La verás después un par de veces, pero ella ya no te verá a ti. Porqué tú, ya nunca serás tú.
Ella.
Es cierto, necesito ser sincera. Antes que nada quiero decirte, que te amo, quiero que lo tengas muy en claro, que nunca lo olvides.  Has sido la persona más importante en mi vida y conocerte me ha hecho lo que soy. Tengo tanto de ti en mí… Hemos compartido tantos momentos, tantas cosas que no cambiaría por nada.
Bueno, no fue algo que yo planeara, simplemente se dio. No, no pienses mal de mí, mi amor; sabes que no soy una persona mala, y que eres el último al que me gustaría hacer daño. Pero, es que sólo he andado contigo, te juro que nunca me había fijado en alguien más, ni lo quise hacer.  Sí claro, te amo y eso nunca va a cambiar, pero no sé, me siento enamorada. Con muchas ganas, con mucha alegría. No, no, tú no me deprimías, es sólo que somos tan parecidos, tenemos tanto en común. ¡Claro! eso está muy bien pero, no sé, siento que estábamos un poco estancados, tan sumergidos en la rutina. No te hagas; ya casi ni me querías ver, llegabas tarde y te querías ir temprano. No querías salir a ningún lado.  Yo sé; es especial esto, nuestro amor es como una película de arte, melancólica, a veces triste, pero sincera, real.  Y con él es una comedia romántica donde todo sale bien y la gente está contenta. Y tú bien sabes qué tipo de películas prefiero ¿no? Pero de momento, necesito vivir también esto. Sí, fueron muchos años y siempre estuve a tu lado, te fui fiel. Tú me terminaste dos veces. No te estoy reclamando nada, es sólo que yo también tengo derecho.  No digas eso, sé que el tiempo nos habrá de juntar de nuevo, porque de alguna forma siento que somos parte de lo mismo, pero hoy, quiero vivir eso. Hoy necesito que me dejes libre. Te prometo que regresaré.
Él.
La habrá mirado sola, tan llena de ausencia, sentada en una banca, indigna para una princesa. Habrá bajado de su lujoso carro, acicalando su exaltada autoestima. Le habrá insistido con frases gastadas. Le habrá mentido, el último camión ya se ha marchado. La habrá visto marcar en su celular sin respuesta, la última llamada de mi destino. Habrá entonces simulado una preocupación  genuina. Se habrá presentado con un apellido de alcurnia, con un futuro prominente. Habrá encontrado la frase acertada y le habrá robado una tímida sonrisa. La habrá convencido de llevarla “sólo por esa vez.  Al llegar, se habrá apresurado a abrirle la puerta y habrá adulado el jardín, a su madre. Ante la negativa de darle su número de teléfono, habrá rondado su casa, por días e incluso semanas, la habrá acechado desde lejos como buitre. Se habrá aprendido su ruta. Se habrá hecho amigo de algún traidor. Se le habrá cruzado “casualmente” una tarde, en uno de sus días más vacíos. La habrá escuchado paciente, esperando un resquicio diminuto, para colarse en su vida. Le habrá inventado un cuento de hadas, donde todos viven felices, por siempre. La habrá enamorado una tarde de fútbol.
Nosotros
¿A dónde le dijiste que íbamos a mi mamá? Al cumpleaños de Pablo. No manches, yo le dije que a una fiesta con Tere. Pues dile que Pablo y Tere se hicieron novios. ¡Ay si! Ni se conocen. Pues los presentamos. No lo creo, como que no harían pareja. ¡Ve nomás este buey! Casi, casi me pega. Si de por sí, mi mamá me prestó el carro bien a fuerzas. Ha de andar ya bien borrachín. ¿No será tu papá? Sangrón le voy a decir. Hablando del tema ¿Compramos algo? No sé ¿Sí puedes manejar? Pues nada más sería poquito, si no nos vamos a poner hasta las chanclas. Bueno, una cervecita estaría muy bien. Okey ¿Gustas algo más? ¿Me compras una cajetilla de Camel? ¿Una cajetilla completa? te va a dar cáncer. De algo nos vamos a morir. No, cervezas las que quieras, cigarros no.
Toma, compré unas papitas. ¿Tenías hambre? Te hubiera hecho un lonche. No, qué vergüenza con tu mamá, va a decir que ya diario. No dice nada. ¿Y si bajaba tu papá? No le saques.  No le saco, pero no le metas.  
Imagínate, me contó el Simi, que un día fue con su novia a uno y se le quedó el carro en la puritita entrada. Qué vergüenza, no manches. Sí, tuvo que ir su primo para empujar el carro. Ahí es. Hay mucha gente ¿no? Sí, a quién se le ocurre poner la entrada, al lado de la parada de camiones. Ojalá y no haya nadie conocido. Pues si quieres te agachas.
Ya, ya puedes asomarte.
Sí, sencilla por favor. Aquí tiene, gracias.
Está prohibido el ingreso a menores de edad, je je te voy a demandar. Jo jo Pues yo también te puedo demandar me quedan 2 semanas de “alcoholescencia”.
¡No manches! ¿Qué es eso? Deja le cambio ¿Dónde estará el control? Espérate, yo nunca he visto. Nada más no veas mucho al negrito, digo, porqué son puros trucos de cámara…
¿Qué tienes? ¿Ya te arrepentiste? ¿Me quieres? Claro, y mucho. ¿Me vas a seguir queriendo después? Yo creo que aún más ¿Por qué me lo preguntas? Porque yo te amo y quiero estar contigo siempre.
Ustedes
Descubren el ancestral juego, en su versión más ordinaria y siguen las instrucciones al pie de la letra. Piensan, que todavía es romántico, que llegue una rosa cada día, que medie entre ustedes la distancia. Al llamado de la naturaleza, lo confunden y se dicen enamorados, A igual que dos perros en celo que se aparean en el callejón. Solemnes, recitan intrincados poemas; Te amo de aquí a la luna. Eres el amor de mi vida. Sin ti no puedo vivir.  
Repiten los mismos gestos y las mismas frases y los mismos gestos y las mismas frases y los mismo estúpidos gestos, y las mismas originales frases, que todos los enamorados han repetido en las mismas bancas, de los mismos parques.
Discuten nimiedades para ponerle melodrama al asunto y se reconcilian en una cena entre velas y vino estereotipado. Se queman el cerebro y se les ocurre llevar mariachi, despertando a los vecinos con gritos de hombría mal encauzada.
¿De qué se ríen? Sienten orgullo de engendrar un hijo y hasta lo festejan, como si fuese una hazaña, como si fuera algo legendario olvidar el anticonceptivo y abrir las piernas. 
Se juran amor eterno y hacen planes. Confían en el hombre y en el porvenir, no importa que el mundo se esté cayendo a pedazos y que la mierda nos esté llegando al cuello.
En el instante más obvio se comprometen, mientras el resto del manicomio los aplaude y calla para engrosar la fila de los desgraciados.   
Ellos.
Errando un domingo, por la primera avenida, mientras indagaba a los antiguos palacios, por fragmentos de mi nobleza extraviada, me encontré con ella; miraba el aparador de una panadería, cargando unas bolsas del supermercado en sus manos. La luz del sol la iluminaba de frente y el reflejo de su belleza, incendió de nuevo mi putrefacto corazón. Camine hacía ella, las palabras que siempre le decía en mis sueños, iban acomodándose en mi boca. Estando a tres pasos de ella, él salió de la panadería. Hubiera querido pasar de largo, volverme otro cuerpo, pero mis ojos ignorantes, se engancharon en los de ella y tejieron un amarre invisible que la hizo voltear hacia mí, arrastrando a su vez, los ojos de él. No dije nada, no sé qué hubiera podido decir. Ella tampoco habló, quizás sus ojos. Por un instante los carros, la gente y todas las calles, se desvanecieron y la observé simultáneamente; en lugares que no pude reconocer. Con diferentes vestidos, con cabelleras diversas, hablando diferentes lenguas, pero siempre, siempre con los mismos ojos. La vi también entrando a la preparatoria, el primer día de clases. Caminando entre cientos de alumnos, viniéndose a sentar precisamente, junto a mí. El recuerdo me aplastó y tuve que bajar la mirada, rehaciendo pieza a pieza el mundo en que me encontraba. Entonces, de la nada una pequeña niñita pelirroja, salió del local y se acercó a ella. Al verme, se escondió tímida, tras el vestido de flores que yo le regalé en su vigésimo cumpleaños. Curiosa, la niñita asomaba su cara y me examinaba detenidamente. Sus ojos eran muy parecidos, casi iguales. Ya no había nada qué hacer. Quise entonces desaparecer, cruzar la calle, pero el tráfico no se detenía y mis pies parecían fijados al cemento. En  eso,  espontáneamente, la pequeñita se soltó de la falda de su madre y se acercó a mí, ofreciéndome un panquesito de vainilla que comía. Desconcertado, me agache y tomé el pan de sus manitas, le acaricié el cabello. Algo tenía en sus ojos o quizás fue el pan, porque de pronto sentí, que ese vació en la boca de mi estómago se iba saciando.  La pequeñita me sonrió, regreso a la mano de sus padres, quienes también sonrieron y se alejaron sin decir nada. Creo que les dije adiós, ó quizás, sólo lo dije para mí.     

Samuelito





Buscaba Samuelito en la vieja cómoda,  aquél mantel de lino que tantos cuidados requería y que tenía que lavar hoy mismo para su fiesta de cumpleaños del día siguiente. 60 años que se le habían ido sentado en una máquina Singer, y en el mismo barrio.  Su madre se preparaba en la sala para empezar su maratón diario de televisión que culminaba a las 9, cuando Samuelito prendía el radio y juntos escuchaban el programa de boleros.  Una sensación extraña se apoderaba de Samuelito al revolver los cajones; era el olor ha guardado o el reencontrase y tal vez descubrir cosas que tenían años y años exiliadas del resto de la casa, pero siempre el hurgar entre los cajones de aquel vejestorio lo ponía melancólico, quizás porque se acordaba que de niño su madre sacaba de ahí los juguetes que dosificadamente le iba regalando; pelotas, luchadores y trompos que pronto dejaba y perdía en los pasillos de la vecindad;  la madre pronto comprendió que Samuelito no era descuidado, ni era propenso al alzhaimer  sino que no le importaba un comino el jugar con los niños de su edad al fútbol o a cualquier cosa. Su hijo era especial, y no había porque renegar de él.
Samuel encontró el mantel de lino y bajo él, unos papeles ya amarillentos, amarrados por un lazo morado.  Se sorprendió un poco de ver una carta con su nombre de remitente y con tantos años guardada. Abrió el sobre, se calmó al ver que era su propia letra. La fecha lo remontó hasta una semana antes de que saliera de la academia. Por mucho era el alumno más aventajado y es que a diferencia de la mayoría de sus compañeras él se había sentado en una máquina de coser desde antes de hablar, y le había ayudado a su madre a remendar la ropa y después hasta a diseñarles vestidos a sus vecinitas que le pagaban con lo poco que ganaban en la Fábrica. Su maestra la señorita De Rossi  una reconocida modista que había emigrado de Milán le había augurado un futuro prometedor; y una semana antes de salir como parte de un ejercicio de visualización (muy en boga en Italia en aquellos años) les pidió que se escribieran una carta para el futuro y que en ella expresaran sus deseos y metas, para que al llegar el tiempo vieran si las habían cumplido y si habían sido congruentes en su vida. Samuelito suspiro, no necesitaba abrir la carta, sabía perfectamente que había fracasado.  Nunca pudo conocer las pasarelas de París o de Nueva York más que en las revistas de moda que compraba sin falta cada mes en el Sambors; nunca pudo ser un diseñador  reconocido en el mundo y fuera de su barrio nadie conocía su nombre; jamás pudo ser amigo de las modelos, ni conocer a algún joven con el cual compartir su secreto. No era tan bueno como le dijeron solo era eso.
Samuelito caminaba con las bolsas del mercado una en cada mano,  con los alimentos que habría de ofrecer en su cumpleaños.  Seguramente, como siempre, sólo irían su tía nata, Marina su amiga de toda la vida, Doña Estela y sus dos sobrinas  y las señora que entregaba la hojita parroquial, así como doña Ana la tendera. Sus pantuflas  de lona sorteaban las líneas que dividían el piso de colores, de las antiguas banquetas del barrio, un barrio que alguna vez fue próspero, que acogía a niños que jugaban en las esquinas, a noviecitos que se veían en la misa de 7, y que hoy parecía una calle de la zona industrial, ¿Qué  fue lo que pasó? Se pregunto a sí mismo Samuelito. ¿Por qué tenía que festejar? Cada cumpleaños era un recordatorio de las cosas que no fueron, una velita más encendida para iluminar su vergüenza, no era más pobre de lo que fue, y comía bien, pero ¿era eso a lo que aspiraba el hombre¿ ¿levantarse, desayunar, trabajar, hacer la siesta, ver la tele y volver a dormir?  ¿Sobrevivir hasta esperar la muerte?

En la cocina y mientras ayudaba a su madre a hornear el pastel al son de los dandy´s , Samuelito pensaba seriamente en cancelar  todo, al cabo que se iban a contar los mismos chistes; los chismes nunca le habían interesado, era patético llamar fiestas a sus reuniones, parecían una antesala de la muerte, con ancianos que ya no se reían por temor a que se les cayera la dentadura. Samuelito se sintió muy solo, siempre había estado solo,  pero esa noche se agolparon en su pecho, todas las soledades que había esquivado durante años, con el sabio arte de no pensar.  Mañana será otro día se dijo a si mismo y se olvidó de rezar.

A la mañana siguiente su madre le tuvo que levantar, Samuelito se veía pálido,  era otro día, uno más negro, más pesado. Sólo se tomó el jugo del desayuno y recibió con una fingida sonrisa el regalito que su madre le había bordado, era una corbata más, desde que tenía memoria su madre le había regalado una corbata a pesar de que nunca se había puesto un traje y de que nunca lo pensaba hacer.   Amarró la nueva corbata junto con las otras y se tiró en su cama, que penosa vida, que desperdicio de tiempo, se alegraba de haber perdido a su padre de niño y no tener que sentirse avergonzado de no haber sido más que un humilde sastre, sin pena ni gloria.
Su madre le llamó  para que le ayudara a meter la gelatina al congelador, y le pidió la vajilla de las fiestas –Van a venir todos- decía su anciana madre tan emocionada como cualquier niña que espera una fiesta. Samuel volvió con dolor a abrir la cómoda,  y tomó la carta con intención dearrojarla al fuego, si alguien la viera de seguro se burlarían de él, y no necesitaba más burlas, ya de joven había aguantado muchas. Al tomar el paquete, miró abajo una hoja aún más vieja y polvorienta con unos dibujos casi borrados con el tiempo, curioso la abrió y se sorprendió de su malograda letra, sería de la primaria, de los primeros años; había un dibujo de él con su madre, en su misma casa,  y abajo había unas temblorosas letras que decían: querido niñito Dios, en esta navidad te pido que cuides mucho a mi papá, que esta ya contigo, salud para mi mamá que ha estado enferma y unos aretitos para que combine sus zapatos rojos.  Y para mi te pido una vida larga,  muy muy larga, una máquina tan bonita como la de mi mamá, muchos hilos de colores y que le digas a mi mamá que me enseñe a cortar las telas, quiero que Marina no sea tan enojona y que Estelita me permita ser su amiga, yo en cuanto me enseñe bien les podré hacer sus vestidos, y no les voy a cobrar, siempre y cuando ellas traigan la tela. Quiero estar con mi mamá siempre, y que no me deje nunca, ojal y pueda cocer miles de vestidos y ayudarle a mi mamá, también te pido que mi madre no me regale otra corbata como la del año pasado. Atentamente Samuelito.
Samuelito animado, abrazó a su madre y besó a su madre, y juntos pusieron el  mantel de lino sobre la mesa.  Con la precisión que delineaba las bastillas, puso la vajilla y los cubiertos; se asomó por la ventana, en dos horas llegaban sus invitados.
Era cierto, su vida era una costura invisible,  pero bordada por el mejor sastre y con el más fino hilo.