martes, 11 de enero de 2011

Samuelito





Buscaba Samuelito en la vieja cómoda,  aquél mantel de lino que tantos cuidados requería y que tenía que lavar hoy mismo para su fiesta de cumpleaños del día siguiente. 60 años que se le habían ido sentado en una máquina Singer, y en el mismo barrio.  Su madre se preparaba en la sala para empezar su maratón diario de televisión que culminaba a las 9, cuando Samuelito prendía el radio y juntos escuchaban el programa de boleros.  Una sensación extraña se apoderaba de Samuelito al revolver los cajones; era el olor ha guardado o el reencontrase y tal vez descubrir cosas que tenían años y años exiliadas del resto de la casa, pero siempre el hurgar entre los cajones de aquel vejestorio lo ponía melancólico, quizás porque se acordaba que de niño su madre sacaba de ahí los juguetes que dosificadamente le iba regalando; pelotas, luchadores y trompos que pronto dejaba y perdía en los pasillos de la vecindad;  la madre pronto comprendió que Samuelito no era descuidado, ni era propenso al alzhaimer  sino que no le importaba un comino el jugar con los niños de su edad al fútbol o a cualquier cosa. Su hijo era especial, y no había porque renegar de él.
Samuel encontró el mantel de lino y bajo él, unos papeles ya amarillentos, amarrados por un lazo morado.  Se sorprendió un poco de ver una carta con su nombre de remitente y con tantos años guardada. Abrió el sobre, se calmó al ver que era su propia letra. La fecha lo remontó hasta una semana antes de que saliera de la academia. Por mucho era el alumno más aventajado y es que a diferencia de la mayoría de sus compañeras él se había sentado en una máquina de coser desde antes de hablar, y le había ayudado a su madre a remendar la ropa y después hasta a diseñarles vestidos a sus vecinitas que le pagaban con lo poco que ganaban en la Fábrica. Su maestra la señorita De Rossi  una reconocida modista que había emigrado de Milán le había augurado un futuro prometedor; y una semana antes de salir como parte de un ejercicio de visualización (muy en boga en Italia en aquellos años) les pidió que se escribieran una carta para el futuro y que en ella expresaran sus deseos y metas, para que al llegar el tiempo vieran si las habían cumplido y si habían sido congruentes en su vida. Samuelito suspiro, no necesitaba abrir la carta, sabía perfectamente que había fracasado.  Nunca pudo conocer las pasarelas de París o de Nueva York más que en las revistas de moda que compraba sin falta cada mes en el Sambors; nunca pudo ser un diseñador  reconocido en el mundo y fuera de su barrio nadie conocía su nombre; jamás pudo ser amigo de las modelos, ni conocer a algún joven con el cual compartir su secreto. No era tan bueno como le dijeron solo era eso.
Samuelito caminaba con las bolsas del mercado una en cada mano,  con los alimentos que habría de ofrecer en su cumpleaños.  Seguramente, como siempre, sólo irían su tía nata, Marina su amiga de toda la vida, Doña Estela y sus dos sobrinas  y las señora que entregaba la hojita parroquial, así como doña Ana la tendera. Sus pantuflas  de lona sorteaban las líneas que dividían el piso de colores, de las antiguas banquetas del barrio, un barrio que alguna vez fue próspero, que acogía a niños que jugaban en las esquinas, a noviecitos que se veían en la misa de 7, y que hoy parecía una calle de la zona industrial, ¿Qué  fue lo que pasó? Se pregunto a sí mismo Samuelito. ¿Por qué tenía que festejar? Cada cumpleaños era un recordatorio de las cosas que no fueron, una velita más encendida para iluminar su vergüenza, no era más pobre de lo que fue, y comía bien, pero ¿era eso a lo que aspiraba el hombre¿ ¿levantarse, desayunar, trabajar, hacer la siesta, ver la tele y volver a dormir?  ¿Sobrevivir hasta esperar la muerte?

En la cocina y mientras ayudaba a su madre a hornear el pastel al son de los dandy´s , Samuelito pensaba seriamente en cancelar  todo, al cabo que se iban a contar los mismos chistes; los chismes nunca le habían interesado, era patético llamar fiestas a sus reuniones, parecían una antesala de la muerte, con ancianos que ya no se reían por temor a que se les cayera la dentadura. Samuelito se sintió muy solo, siempre había estado solo,  pero esa noche se agolparon en su pecho, todas las soledades que había esquivado durante años, con el sabio arte de no pensar.  Mañana será otro día se dijo a si mismo y se olvidó de rezar.

A la mañana siguiente su madre le tuvo que levantar, Samuelito se veía pálido,  era otro día, uno más negro, más pesado. Sólo se tomó el jugo del desayuno y recibió con una fingida sonrisa el regalito que su madre le había bordado, era una corbata más, desde que tenía memoria su madre le había regalado una corbata a pesar de que nunca se había puesto un traje y de que nunca lo pensaba hacer.   Amarró la nueva corbata junto con las otras y se tiró en su cama, que penosa vida, que desperdicio de tiempo, se alegraba de haber perdido a su padre de niño y no tener que sentirse avergonzado de no haber sido más que un humilde sastre, sin pena ni gloria.
Su madre le llamó  para que le ayudara a meter la gelatina al congelador, y le pidió la vajilla de las fiestas –Van a venir todos- decía su anciana madre tan emocionada como cualquier niña que espera una fiesta. Samuel volvió con dolor a abrir la cómoda,  y tomó la carta con intención dearrojarla al fuego, si alguien la viera de seguro se burlarían de él, y no necesitaba más burlas, ya de joven había aguantado muchas. Al tomar el paquete, miró abajo una hoja aún más vieja y polvorienta con unos dibujos casi borrados con el tiempo, curioso la abrió y se sorprendió de su malograda letra, sería de la primaria, de los primeros años; había un dibujo de él con su madre, en su misma casa,  y abajo había unas temblorosas letras que decían: querido niñito Dios, en esta navidad te pido que cuides mucho a mi papá, que esta ya contigo, salud para mi mamá que ha estado enferma y unos aretitos para que combine sus zapatos rojos.  Y para mi te pido una vida larga,  muy muy larga, una máquina tan bonita como la de mi mamá, muchos hilos de colores y que le digas a mi mamá que me enseñe a cortar las telas, quiero que Marina no sea tan enojona y que Estelita me permita ser su amiga, yo en cuanto me enseñe bien les podré hacer sus vestidos, y no les voy a cobrar, siempre y cuando ellas traigan la tela. Quiero estar con mi mamá siempre, y que no me deje nunca, ojal y pueda cocer miles de vestidos y ayudarle a mi mamá, también te pido que mi madre no me regale otra corbata como la del año pasado. Atentamente Samuelito.
Samuelito animado, abrazó a su madre y besó a su madre, y juntos pusieron el  mantel de lino sobre la mesa.  Con la precisión que delineaba las bastillas, puso la vajilla y los cubiertos; se asomó por la ventana, en dos horas llegaban sus invitados.
Era cierto, su vida era una costura invisible,  pero bordada por el mejor sastre y con el más fino hilo.

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