domingo, 18 de julio de 2010

Volver a mi hogar (r)


Desde que aspiré la primer bocanada de oxigeno  he sentido el impulso de regresar, si no, estoy seguro de que no hubiera llorado.
En la cuna, mientras mi madre se reponía de los dolores causados por mi inmenso cráneo, seguramente, anhelaba aquél lugar tibio que acababa de dejar para siempre y que he busqué en todas las mujeres que amé .
Cuando exiliado traspasé las puertas del jardín de niños,  caminando como expulsado del edén hacia el inóspito interior del salón, sabía en el fondo que pronto todo tendría nombre y medida y ya nunca habría lugar para la fantasía y lo inconmensurable.
Conocí la nostalgia a los 10 años, cuando dejamos mi antiguo barrio, donde todos a 2 cuadras a la redonda, eran conocidos y poseía quizás más de 20 amigos, y un poco más de parientes.  La nueva casa era tierra de nadie y con escasos 3 o 4 vecinitos (¡todos más pequeños que yo!) Anhelé el volver a ser el más pequeño de la pandilla y no aquél que tendría que ser el primero en ponerse en la madre con los chavos de otras cuadras. sobra decirlo, nuestra cuadra nunca ganó una pelea…
A los 12 llegó la necesidad de dejar la televisión arrumbada y de la total irresponsabilidad; tenía que ganar el pan de cada día... bueno, no hay porqué exagerar, la verdad quería unos tennis de marca que mi padre se negaba a comprarme, así que tuve que trabajar jornadas larguísimas, de 4 horas al día, mientras los demás chicos solo se preocupaban por patear la pelota y por un juego nuevo que pronto sería el favorito de todos...  .I. jeje
A los 14,  seguramente por abusar de aquél juego, llegó un serio problema de acné en mi rostro; en el espejo cada mañana me saludaba un monstruo con cara de pizza. Anhelé aquellos días en que mi terso cutis me valía madres y no tenía que esconderme en un rincón de mi cuarto, mientras los genéticamente afortunados disfrutaban de las tardeadas y 15 años de las compañeras, dando sus primeros besos e invitándolas al cine, a tomar nieve y mamadas así. Me decía a mi mismo -seguramente cuando tengas ya 18 no tendrás estas marcas. (Aún las tengo)
A los 16  volvimos a cambiar de casa; quizás solo a 2 kilómetros , pero ahí si, ya no conocí a nadie; el único atisbo de amistad fue con una vecina unos 10 años más grande que yo  que vivía enfrente de mi ventana; ella,  me espiaba mientras yo ensayaba en mi cuarto con mi  malograda banda de rock punk-independiente-experimental-garage-progresiva-alusiva-pop, que nunca dio para nada. Mientras yo la espiaba a ella vendiendo droga a todos los adictos del rumbo. La casa era grande, con un gran patio  trasero que llené de perros de todas las razas, en mi tercer plan para volverme millonario en menos de un año,  junto con Cesar mi  amigo de la infancia (a quién también en muy raras veces ya veo).  Cruzaba calenturientos canes que mi madre, por una comisión del 25 por ciento tenía que asear y alimentar… comisión que nunca llegamos a sacar  porqué no leímos padre rico padre pobre, o quizas el patio era tan deprimente que los perros se negaban a aparearse.
Desde los 24 empezó a existir una fuga masiva de conocidos, todos corriendo con prisa, con tantas ganas por vivir, con tanta fe en la vida, en el futuro del mundo, en la gente y en sí mismos. Con prisa por casarse y derramar su savia, por comprar casas a plazos e hipotecar sus vidas, por mejorar sus carros, hacer carrera, reputación, poder, divorciarse y volverse a casar otra vez... Y yo de nuevo con la nostalgia que lo nubla ó que quizás también lo aclara todo, preguntándome a cada paso el valor y el significado de tanto sinsentido, cansado de querer salir de una fiesta  en la que nunca he sabido que tanto se celebra.
Tengo 31 y aún no sé lo que de verdad anhelo.

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