martes, 14 de septiembre de 2010

Feliciano


Fue en la última peregrinación a Wirricuta. Aquella madrugada el marakáme Antúlio danzó en la copa del cerro en honor al fuego, para que llamara al bisabuelo cola de venado. Cantó y cantó toda la noche, sus canciones  de peyote y cuando el firmamento se hacía más oscuro lo vimos desaparecer entre la abertura de los dos mundos. El ritual prosiguió y los peregrinos continuamos la danza, suplicando a Tau que el marakáme fuera reintegrado otra vez en cuerpo de hombre y no de bestia. Poco antes del amanecer y con la salida del sol, vimos la silueta del marakáme emerger de lo alto y bajar a la ladera quemada con lágrimas chisporroteándole los ojos.

El regreso fue penoso, el marakáme no cantó más y se negó a decir una sola palabra hasta llegar a la sierra. El concejo de ancianos decidió convocar a los pueblos de los 5 puntos cardinales en torno a la fogata y el marakáme dijo lo que el gran espíritu del bisabuelo cola de venado había susurrado al chamán; Sus días en la tierra había llegado a su fin. El hombre wirrica tendría que desaparecer de este mundo para siempre. Todos bajaron la cabeza en forma de respeto y aceptaron el designio con tristeza. Todos menos Valentín y Lupita.

Una discusión deszurció la noche, los ayer niños, habían consumado su amor antes de casarse y Lupita ya no podía esconder la panza. Los padres enfadados acordaron llevar a Lupita a la mañana siguiente con el marakáme para que le diera algo que detuviera la gestación y así no desacatar las órdenes del bisabuelo cola de venado, temiendo que si no lo hacían así, el pueblo no podría reunirse con los de antes, donde ellos estuvieran.

Al salir el sol, los padres fueron por Lupita, pero ya no estaba. Tampoco Valentín. Los ancianos y el marakáme profetizaron lo peor para nuestro pueblo. Yo me ofrecí a buscarlos, conocía muy bien a Valentín, seguido nos íbamos a juntar leña y a veces nos bañábamos en el rio. Si había ido a un lugar era a Guadalajara.

No me costó muchos días encontrarlos. Lupita se asusto cuando me vio venir y me amenazo con un cuchillo, Valentín me golpeo y me dejo desmayado bajo el puente. Anduve después de aquí para allá, preguntando por dos huicholes jovencitos , pero a nadie en esa ciudad parecía importarle nada.

Después de varios meses, creí ver a Valentín en un camión. Se parecía a Valentín, pero no vestía su kutun, sino un pantalón de mezclilla y una camisa de cuadros, tampoco portaba su sonrisa de siempre. El hizo como que no me vio, pero me las arregle para seguirlo. Vivía en el puro centro de la ciudad, en una vecindad llena de borrachos y locos por la droga. Me acerque y oí llanto de niño, desde la ventana vi el cuarto mugroso y a Lupita muy enferma con el niño con unos cartones como cuna. Me dieron mucha lástima, solo ayer eran unos niños, yo a veces abrazaba a Valentín cuando estaba chiquito y le daban miedo las culebras.

Un día lo alcance en la calle, el no se sorprendió, ni quiso correr, con la mirada baja, me dijo que unos polecías lo habían golpeado y le habían quitado su raya de la semana, que en la fábrica le pagaban la mitad de lo que ganaban los demás, por ser indio. Que la Lupita estaba muy enferma, que un tipo de la vecindad quería robarle a su hijito para dárselo a una mujer que pedía limosna y que constantemente le exigía dinero.

Lo acompañe a su casa, llevaba yo el dinero de unos collares que me había comprado unas gringas y con eso compramos pan y leche y nos sentamos en el cuarto extrañando las montañas. Le dije que eso no era vida, que yo me regresaba a la sierra, donde pobremente se vivía, pero siempre se veía salir el sol. Y no se tenía uno que andar cuidando de carros y de gente mala.

Llegue al pueblo y les dije que no los había encontrado, que seguramente se habían ido pal norte o al DF. La gente estaba nerviosa, nunca se había desobedecido al espíritu de cola de venado y esperaban lo peor. Al mes llego Valentín, venía hecho una piltrafa, cargaba a Feliciano su hijo, y no se veía venir a Lupita. Las mujeres le dieron calabaza, y al niño leche. Valentín dijo que Lupita se había muerto afuera de un hospital donde no quisieron atenderla. Y que regresaba a su hogar, que el espíritu tenía razón; gente como ellos no podía ya habitar esta tierra, que todo estaba por acabarse.

Al día siguiente, con Valentín medio repuesto, me pidió que lo acompañara, tomamos un autobús y fuimos al cerro quemado de Leunar donde bailaba el marakáme. Esperamos la noche. Y cuando estuvo más negro, Valentín se descalzo los huaraches, subió a la colina con su hijo y lo dejo ahí, en la cima, a merced de los coyotes y de las fieras que ahí merodeaban. Después descendió y aunque el niño lloraba y lloraba no voltio una sola vez atrás. Solo yo pude ver cuando el abuelo cola de venado tomó en sus brazos al niño y se lo llevo directo a las estrellas, donde ya nos esperan nuestros ancestros.

No hay comentarios: